domingo, 27 de marzo de 2016

La guerra de los envases

Un gesto tan sencillo como tirar una lata al contenedor amarillo, multiplicado por el número de personas concienciadas con el reciclaje, es lo que ha colocado a España 19 puntos por encima de los objetivos establecidos por la Unión Europea en esta materia. En 2014, la tasa de reciclaje de envases domésticos se elevó hasta el 73,7%, una cifra dos puntos porcentuales por encima de los resultados del año anterior, y que no ha dejado de crecer desde 1998, cuando España apostó por el modelo integrado de gestión de este tipo de residuos.
Así todo, en los últimos años se ha generado una importante controversia alrededor de la posible implantación de un sistema de reciclado de envases de un solo uso conocido como sistema de depósito, devolución y retorno de envases o SDDR, que recuerda a ese método aplicado en España en los años 80 de ‘devolver el casco’. El casco era como se llamaba a la botella o el tarro de yogur vacío que se volvía a llevar a la tienda para que lo lavaran y lo volvieran a llenar. La devolución del casco era lógica teniendo en cuenta que no se habían desarrollado aún sistemas de distribución eficaces, y buena parte de los productos se fabricaban y comercializaban a nivel local. Medio siglo después, y aunque con una cultura del reciclaje mucho más sólida, quienes defienden el SDDR mantienen que la fórmula más eficaz para reciclar es que cada consumidor pague un depósito, a modo de fianza, que le sería devuelto a la hora de retornar el envase.
Lo que plantea el SDDR es que, al comprar una determinada bebida en un supermercado o en una tienda, además del precio de la bebida, el cliente debe abonar una cantidad adicional: el depósito. Esta especie de fianza funciona en Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia y Alemania, y de forma más o menos parcial en Holanda (solo para botellas PET), en Estonia y en Lituania.
Pero, ¿qué son exactamente los sistemas SDDR? Para comprenderlo, Miguel Aballe, director de la Asociación de Latas y Bebidas, propone un pequeño ejercicio: «Vete a una media o gran superficie. Observa los productos y cómo están envasados. Empieza por lo que no es alimentación, sigue por alimentos sólidos −incluyendo los congelados y precocinados−, continúa por los productos cremosos y deja para el final los líquidos de alimentación. Encontrarás vinos, licores, cavas, leche, aceites, caldos, salsas, aguas, zumos, cervezas y refrescos. El SDDR se aplica solamente a una élite de productos: zumos, agua, refrescos y cervezas».
«En algunos países donde está en vigor el SDDR –continúa− ni siquiera incluye a todos ellos ni a todos los formatos de envases en que se presentan esos productos. Tampoco se aplica a envases domésticos de gran tamaño (como las garrafas de cinco litros, tan comunes en nuestro país) o muy pequeños». Esa es la principal diferencia que establece entre el SDDR y el SIG. Que el segundo no discrimina los envases: independientemente de su formato, tamaño o material con el que estén elaborados, se recogen, tratan y procesan. Por poner un ejemplo, el SDDR incluye latas de bebidas pero no latas de aceitunas. «Es un sistema pensado para los mismos que lo crean. Quieren envases fáciles de aplastar, limpios y qué más valgan como materia prima».
¿Envases de élite?
En este sentido, algunas cifras resultan engañosas. «Uno de los argumentos más típicos a la hora de defender los sistemas de devolución y retorno es decir que la tasa de reciclaje asciende a un 98%. Claro, pero ese 98% es el porcentaje de aquellos envases que recogen, que no superan el 30%. Por eso no puede compararse con la tasa de reciclaje derivada de los sistemas integrados de gestión. A través de Ecoembes se recicla un 73,7% de los envases, pero incluye una variedad de envases mucho mayor; no discrimina», sostiene Aballe, que denomina a los envases gestionados por los SDDR «envases de élite».
En su opinión, este sistema «no tiene más remedio que funcionar en paralelo a los SIG. «No lo puede sustituir». Algo que también comparte Julio Barea, portavoz de Greenpeace: «La Ley de envases del 98 planteaba los dos sistemas: el SDDR y el SIG. El segundo no se ha implementado, pero ambos deberían de ser compatibles, y el SDDR podría ampliarse a otros residuos como los electrodomésticos o las pilas». «No tenemos declarada ninguna guerra contra los SIG, solo pretendemos que las cosas avancen», aclara.
«Gran parte de los 50 millones de envases de bebidas que se venden al día en España (18 mil millones al año) no vuelven a donde tienen que volver. Por eso hay que fomentar la reutilización. En Alemania las botellas de PET se utilizan entre 25 y 50 veces», explica Barea. «Cualquier envase tiene un valor. ¿Qué hacer con el abandono de residuos en campos y playas, por ejemplo?», se pregunta. Según un estudio del Gremi de la Recuperació de Catalunya, casi medio millón de toneladas de envases de bebidas acaban cada año enterrados en vertederos o quemados en incineradoras, materiales que, si se recuperasen, podrían reciclarse por valor de 100 millones de euros al año.
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Pero para Aballe, la solución no pasa por el SDDR. «Con un sistema SDDR, el ciudadano tendría que almacenar en su casa los envases vacíos sin poderlos plegar, aplastar o deteriorar bajo pena de perder la fianza, y los comercios tendrían que convertirse en recolectores de residuos, con las complicaciones añadidas, tanto técnicas como económicas, de tener productos y residuos bajo un mismo techo».
Preguntado por los sistemas de gestión de residuos empleados en otros países vecinos, Aballe se afirma que las circunstancias de cada país son muy distintas. «Cuando analizo el caso europeo, distingo por una parte Alemania y por otra los países nórdicos. Cada país tiene una cultura de reciclaje distinta. No puede hablarse de un sistema, sino de muchos sistemas». «Generalmente, en los países donde está implantado el SDDR, los supermercados ya tienen máquinas específicas para recogerlos. Lo metes y la máquina, que te da un ticket: 5 latas, 1 euro. Con ese ticket vas a la caja y normalmente te descuentas de la siguiente compra». Pero las máquinas a las que se refiere Aballe rondan entre los 20.000 y los 30.000 euros, sin olvidar el espacio de uso que requieren. Y en España habría que instalar nada menos que 30.000.
«Ese sistema tiene un coste global. Además de las máquinas y el espacio que ahora se dedica a la venta y que se tendría que destinar a ellas, se necesita un centro de recuento de envases. Se estima que implantar un SDDR en España costaría alrededor de 1.000 millones de euros al año. Y teniendo en cuenta el número de envases que entrarían en ese sistema −16.000 millones−, el coste unitario por envase sería de 6 céntimos. Y eso es mucho dinero», advierte.

Por Marta H. Vázquez
Tomado de Ethic: la vanguardia de la sostenibilidad
Más información en ethic.es
 http://ethic.es/2016/03/la-guerra-de-los-envases/